Siempre me ha apasionado la tecnología, pero no desde cuando se presentaron las primeras tablets, ni los reproductores MP3, ni los teléfonos móviles (ya ni tan siquiera hablamos de smartphones), ni de los primeros portátiles comerciales. Yo hablo de una era en la que los ordenadores empezaron a pasar de prohibitivos a “si hacemos un esfuerzo nos compramos uno…”: de finales de los 80 y principios de los 90.
Por aquella época el Sistema Operativo era el fantástico MS DOS 6.2 y Windows era solo una aplicación de ventanas en su versión 3.1 que básicamente te servía para crear documentos con Microsoft Word y jugar a algunos juegos (como el solitario o el buscaminas). Si tenías además una impresora, encima podías preparar informes para presentar en tu empresa, o de prácticas de la universidad, como era mi caso.
Con el ordenador ya se podían hacer cosas interesantes, pero yo descubrí una que quizá no era tan evidente.
Mis comienzos en la electrónica
Como he dicho, me gusta la tecnología, y eso no solo implica trastear con todo lo que pase por tus manos, sino desarmar todo lo que ya no funciona para ver cómo realiza su trabajo. Y hasta mis manos llegaron aquellos ladrillos conocidos como disqueteras de 5 ¼. Unos lectores de discos flexibles, que apenas almacenaban 1,2 MB (sí, sí MB: megabytes, no gigas ni teras). Lo interesante de estos dispositivos estaba en unos pequeños motores con 5 hilos que se encargaban de mover el cabezal de lectura, conocidos como motores paso a paso.
A pesar de mis limitados conocimientos de electrónica, conseguí averiguar su funcionamiento con una fuente de 5 voltios. Uno de los hilos de estos motores es común y lo puedes conectar a 0v mientras aplicas 5v a cada uno de los otros 4. Esto hace que según el cable al que apliques tensión, el motor se moverá un ángulo determinado. Según aplicas el voltaje a cada uno de los hilos de forma sucesiva y en un orden determinado, el motor avanza de forma muy controlada. Pues yo, que ya sabía algo de QBasic como lenguaje de programación y del funcionamiento del viejo puerto paralelo, conseguí conectar ese motor al ordenador y hacer una pequeña impresora que movía un cabezal con un boli sobre un papel.
Lo que me pareció realmente fascinante en ese momento fue el poder controlar con un ordenador, un entorno enclaustrado en lo virtual, un dispositivo físico en el mundo real a voluntad. Cierto es que una impresora o un disco duro no dejan de ser dispositivos físicos controlados desde un entorno virutal, pero el hecho de poder controlar aquel motor de una forma tan primitiva abría un mundo de posibilidades a través de relés y otros actuadores. Sin saberlo, estaba a las puertas de la domótica.
Tras ver aquella impresora tan básica, un amigo me recomendó que me pasara a los microcontroladores y de ahí llegué a los PIC de Microchip, con el famoso (en su mundo, claro) 16F84A.
Estos dispositivos ofrecían nuevas posibilidades de forma casi autónoma, permitiendo controlar con un pequeño programa, el encendido de luces, la lectura de sensores, activado de relés.
Sin embargo, estos controladores tenían un par de hándicaps importantes: en primer lugar, necesitabas una tarjeta programadora para cargar el sketch y, en segundo lugar, había que programar en lenguaje de ensamblador (una locura para un lego en la materia).
Y por fin llegó Arduino…
Estos problemas quedaron resueltos con la llegada del proyecto “Arduino” de unos desarrolladores italianos, una placa que contenía el microcontrolador y un entorno para facilitar su funcionamiento.
El que podríamos llamar el buque insignia de la marca, el Arduino UNO, resuelve los anteriores problemas de una forma sencilla:
La placa no solo alberga el microcontrolador, sino también una interfaz USB con un controlador Serie para comunicarse con un PC y cargar de forma ágil los programas.
Hay disponible un entorno de programación amigable desarrollado sobre el lenguaje C++ y un tropel de documentación que proporciona al proyecto una curva de aprendizaje muy suave.
Si a esto le sumamos una pléyade de dispositivos compatibles con la placa como sensores, actuadores, motores, luces, relés, displays, etc. y le añadimos algo vital para el proyecto como lo es el hecho de que sea de código abierto y que cuente con una enorme comunidad de usuarios que lo respalda, tenemos la clave justa para un éxito asegurado.
Pero, al margen de todos los proyectos que puedan desarrollar aficionados o profesionales, es indudable que su aplicación en la educación (tal y como fue ideado en un principio) cobra una relevancia importantísima hoy en día, de cara a introducir a nuestros jóvenes en las nuevas tecnologías.
La domótica, el IOT o el control numérico son quizá las partes más prácticas y mecánicas de la nueva industria y es maravilloso que plataformas como Arduino estén presentes, ya que, gracias a su facilidad de aprendizaje, permiten acercar a los estudiantes de forma sencilla una parte importante del mundo digital: la interacción entre el entorno virtual y el físico.
Si bien todo esto ha supuesto un avance importantísimo, no lo es menos el hecho de poder tener acceso a estos recursos, ya sea a través de distribuidores foráneos o de tiendas locales, si bien estos últimos cobran especial importacia para facilitar tanto el desarrollo de los proyectos como la agilidad para consumarlos, evitando que se eternicen. Se trata de un acceso rápido y eficaz a todos los recursos que puede requerir un maker y supone una oportunidad para todos.
En nuestra tienda online tienes a tu alcance placas de Arduino, componentes, módulos y otros productos que podrás utilizar para desarrollar tus proyectos, ¿a qué esperas para hacerlos realidad?